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jueves, 26 de abril de 2018

Salah conduce el autobús Rojo

Por Manolo

La pasada noche en la Ciudad de los Beatles, la historia tuvo dos capítulos, cuyo límite no quedó establecido exclusivamente por los dos tiempos definidos que establece el reglamento, sino por facetas que mostraron los dos planteles protagonistas sobre la cancha inglesa. Roma y el Liverpool sostuvieron durante el primer episodio un choque disparejo, durante el cual los presentes en Anfield fueron testigos de cómo un solo hombre cargaba sobre sus hombros a toda una ciudad, aunque tampoco su soledad fue tal, soportado como estuvo por miles de voces que cantaron al unísono el mismo himno, para alentar a su ídolo, un faraón egipcio que ahora es rey en tierra bretona.

La pasada velada en la Ciudad de los Beatles, la historia futbolera estuvo formada por dos capítulos, entre los cuales el límite no quedó establecido exclusivamente por los cuarenta y cinco minutos que establece el reglamento para cada parte, sino por las diferentes facetas que mostraron los dos planteles protagonistas en la cancha inglesa.

La Roma y el Liverpool sostuvieron durante el primer episodio un choque desigualado, durante el cual los presentes en Anfield pudieron ser testigos de cómo un solo hombre cargaba sobre sus hombros el alma de toda una ciudad, aunque tampoco su soledad fue tal, soportado como estuvo por miles de voces que cantaron al unísono ese mítico «You’ll never walk alone» para dar aliento a su ídolo, un egipcio que ahora es faraón en tierra bretona.

El caso al que nos referimos es el de Mohamed Salah, un jugador que aterrizó hace unos meses procedente de la disciplina giallorossi, y que desde su llegada —y la posterior salida de Phillippe Coutinho— ha tomado tal protagonismo que no puede entenderse hoy el equipo de los Reds si no se habla de su monumental producción ofensiva en lo que va de campaña, al punto de que ha logrado 43 goles en todas las competencias.

El derroche de talento del africano a las órdenes del alemán Jurgen Klopp ha sido tal, que ya muchos se aventuran a predecir que estará, como mínimo, en el podio del Balón de Oro, un premio que a lo largo de los últimos diez años ha estado copado totalmente por dos leyendas “vivas” del fútbol: el argentino Lionel Messi y el portugués Cristiano Ronaldo.

Con la calidad técnica, más la «dulzura» que dan esos estados de forma extraordinarios, Salah fue el encargado de romper un partido trabajo y no demasiado vistoso, justo en el momento en que luego de una intervención individual en el área metió la zurda y clavó la pelota en el palo derecho del portero brasileño Alisson Becker, quien solo unos minutos más tarde tuvo que volver a “sufrir” la velocidad del extremo —en combinación con la de Roberto Firmino—, en una jugada que culminó con un balón pinchado por encima de su anatomía.

Desde el comienzo de la segunda mitad el guión se mantuvo inalterable, y así fue que el Liverpool siguió en sus frenéticos embates contra la puerta romanista, la cual llegó a tocar otra tres veces más, para decretar lo que se conoce en el mundillo futbolero como una “manito”.

Cortesía del propio Salah fueron el tercero y el cuarto, pues aunque no marcó de nuevo, si se las arregló para asistir a sus otros dos compañeros del tridente. Primero puso desde la derecha un pase raso para que Sadio Mané definiera junto a la cepa del palo izquierdo, y más tarde la puso para que Firmino hiciera su marca en el juego, la cual se incrementaría poco después gracias a un cabezazo picado producto de un córner.

No obstante el excelente trabajo de los hombre de Klopp, todo se torcería un poco al final, pues con la salida de la estrella egipcia, quien se fue aplaudida por la grada en pleno de su estadio, la Roma tomó un segundo aire y puso un poco de suspenso a la eliminatoria.

El bosnio Edin Dzeko metía el primero al minuto 81, tras una jugada que lo dejó solo por la izquierda del área, y que definió con la pierna izquierda. A continuación, solo cuatro más tarde, su compañero Perotti cobraba un excelente penal a la escuadra, como consecuencia de una mano de James Milner.

AL final, si bien el resultado fue abultado, el Liverpool deberá replantearse ese tipo de concesiones al final del partido, que pudieran —si finalmente pasan a la final— costarle potencialmente el título. Mientras, la Roma mantiene vivo el sueño. Quedan 90 minutos.