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martes, 6 de febrero de 2018

Máscaras: donde arte y realidad pierden equilibrio

Por ernestodacostamontiel

Hace unos días me leía un texto que trataba sobre el género documental y su alta hibridez con otros géneros de la producción cinematográfica en cuanto a ficción se habla. Docudrama fue el término que se empleaba para referenciar a los documentales donde los protagonistas recreaban sus historias a través de la dramatización de su propia realidad. Sin dudas, Máscaras, del periodista y realizador Lázaro González, es la prueba en el patio que refleja el significado práctico del vocablo.

Si bien el producto goza, desde su socialización, de un éxito en distintos festivales audiovisuales cubanos y su impacto en la producción documentalística nacional ha sobrepasado las fronteras de este archipiélago; no es menos cierto que es necesario poner en tela de juicio la estructura dramatúrgica que utiliza el director para mostrar una realidad latente en los diferentes espacios recreativos de “ambiente gay” en Cuba: los shows de transformismo y sus “artistas”.

El uso de planos sugerentes, la entrevista periodística como recogida de experiencias de los protagonistas del documental, un acertado uso de la puesta en escena y la calidad visual que presenta la obra no tienen por qué ser negativamente criticadas, si tenemos en cuenta lo original del tema y la apropiada utilización de esos recursos audiovisuales.

Sin embargo, como refería al inicio, existe un abuso en la auto-interpretación de los protagonistas de la historia cuando se “recrea” las actuaciones de los transformistas, principalmente en las escenas de Margot, clichés en los planos de las entrevistas, en cuanto enfoca la trasformación de hombre a mujer, gastada representación en artistas de la comedia, actrices, actores, modelos… que requieren tiempo frente al espejo antes de salir en cámara o a escena. En ese aspecto el realizador debía optar por un toque de originalidad para estar a la altura del original, y repito adjetivo, tema que propone (y sin precedentes en la realización audiovisual cubana) el documental o debería decir docudrama parcialmente puro.

Algunos aspectos de lo “real” en la vida de los transformistas, si lo entendemos como aquellos hombres (gais o no) que “transforman su imagen hacia una semejanza –de cierta forma exagerada- de la visualidad femenina para recrearlas en escena; son obviados. Aquel que haya sido espectador en estos shows sabe a lo que me refiero: ¿Dónde están las escenas en las los transformistas se enfrentan a la burla pública? Si bien porque no dominan la canción con la cual realizan el lipsync,o quelos atuendos no son los más apropiados para su performance. ¿Dónde están las escenas en que el público obsequia dinero a estos artistas?

Y el final de este documental se enorgullece de utilizar efectos de cámaras muy de ficción y para nada mal empleados (a no ser por la escenografía, un poco “transformada” digo, exagerada). Pero ¿es el transformismo lo más selecto de la música cubana? ¿Acaso lo es Margot Parapar? Felicidades a González González y su equipo por llevar a pantalla un tema como el transformismo, tan opacado por la producción audiovisual en Cuba, ese es el mayor mérito de este documental donde arte y realidad pierde equilibrio.

No obstante, el material, a pesar de no mostrar la realidad que propone en todo su auge, sí es una invitación para acercarse por primera vez a la vida de sus estrellas: su llegada a la actuación o identificación con lo femenino, lo engorroso que resulta para un transformista ser reconocido como artista, los señalamientos que la sociedad le impone a estos muchachos y la vida oculta tras horas de maquillaje, zapatos altos y vestuarios sacados de las ochenteras películas de Hollywood o del filme The Great Gatsby.