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jueves, 28 de junio de 2018

Las mujeres resaltamos por encima de los hombres

Por Janet

Sobre el papel de la mujer en el mundo de la cultura hay dos versiones: según unos, la mujer está desplazando al hombre, y según otros, el hombre está arrinconando a la mujer en ese terreno para que no estorbe en otros. Teniendo en cuenta lo anterior podemos decir que el hombre, género masculino, ha considerado la cultura como algo neutro y, por tanto, no le importa que la manejen las mujeres. Esto se ve muy claro en la política, donde es frecuente que sean mujeres las que desempeñan las carteras de Cultura, y excepcional que ocupen las de Hacienda, Exteriores o Interior.

El fenómeno tiene alcance mundial. Leo en una revista colombiana que en Colombia, y en bastantes otros países de aquel continente, se puede hablar de un auténtico matriarcado de la cultura. Las principales instituciones culturales de los principales países están lideradas por mujeres, y parece ser que es de lo que mejor funciona por aquellos pagos. Si nos ceñimos a España, el asunto resulta más evidente todavía. Tenemos una ministra de Cultura, por supuesto, pero además tenemos mujeres hasta en la sopa. Me refiero a la sopa de letras para los que nos dedicamos a ellas (a las letras). Los escritores sabemos mejor que nadie que dependemos de las mujeres para nuestra actividad literaria.

Para empezar, los agentes literarios son mujeres, y a la cabeza de todas ellas la mítica Carmen Balcells, que punto menos que decide qué es lo que deben leer los españoles, o qué españoles merecen ser leídos por los extranjeros. Seguimos con el mundo editorial y el fenómeno es más acusado todavía, sobre todo de unos años a esta parte. Mi experiencia personal con las editoriales que me honran con su atención es contundente: en Planeta, antes feudo privativo de los caballeros, la directora editorial es una mujer, Imelda, y la de la colección de novelas otra, Silvia Bastos. Pero incluso en los tiempos en que parecía que sólo mandaba el legendario José Manuel Lara, éramos muchos los que teníamos la impresión de que las grandes decisiones literarias correspondían a su mujer, María Teresa Bosch. Y si no que se lo pregunten a José María Gironella y su Los cipreses creen en Dios.

En Anaya, otro de los grandes de la edición, una mujer, Maribel Andrés, ha accedido nada menos que a la presidencia del grupo, y en SM Barco de Vapor, no digamos; hace años que las principales colecciones están dirigidas por mujeres con resultados difíciles de superar. Pero las mujeres no sólo priman en el aspecto institucional de la cultura, sino también en el quehacer de cada día: en la aproximación de los personajes al público lector son las mujeres, periodistas, entrevistadoras, las que más lucen.

Todo lo que antecede, con ser importante, es anecdótico en comparación con la esencia de la verdadera cultura, la que contribuye a mejorar al hombre física, intelectual y moralmente. Esa cultura esencial -e imprescindible- se imparte en la escuela, y en las escuelas el predominio de las mujeres es creciente, tanto en el aspecto docente como en el discente. En la escuela pública el profesorado femenino es mayoría desde que para acceder a él es necesario hacer oposiciones bastante rigurosas. Porque está resultando que la mujer, con su mayor capacidad de sacrificio, está mejor dotada que el hombre para el arduo trabajo de opositar.

Pero en el aspecto discente, o del alumnado, la cosa es más inquietante todavía. Digo inquietante para los hombres. Según leo en un informe escolar sobre sectores de población de la Comunidad andaluza, al COU llegan muchas más chicas que chicos y, lo que es más grave, con muchos mejores expedientes académicos. Para un niño lumbrera que sale, hay docenas de chicas que se limitan a ser buenas estudiantes, cumplidoras y eficaces. Lo suficiente para dominar. Puede que el hombre haya pretendido arrinconar a la mujer en el mundo de la cultura, pero mi impresión personal es que le va a salir el tiro por la culata.

Porque en contra de lo que creen algunos sesudos varones, el suelo que pisamos no está compuesto por adoquines, ni tan siquiera por billetes de banco, sino por ideas. Y el caldo de cultivo para tener ideas es la cultura en el sentido más amplio de la palabra. Un hombre con ideas siempre acaba prevaleciendo sobre un hombre que sólo tiene dinero o poder. Y las mujeres, incluso cuando no les dejaban tener ideas, no eran insólito que también acabaran prevaleciendo sobre el hombre. Imagínense cuando sean ellas, además, las que manejen el mundo de la cultura y, por tanto, el de las ideas. A mí personalmente no me preocupa; siempre me he llevado muy bien con las mujeres porque pertenezco a ellas. Lo más importante y que no debemos dejar de tener en cuenta es que provenimos de ellas.