Colombia explota como una Mina en Samara
Saber vivir al límite y sentir la presión de la eliminación forma parte de la dinámica de un Mundial de fútbol. Es muy difícil que un equipo, por muy favorito que sea, transite todo un evento de esta magnitud sin verse, en algún instante, contra las cuerdas. Dicha situación se ha agudizado en Rusia, donde solo algunas selecciones (Francia, Rusia, Uruguay, Croacia…) han logrado respirar con tranquilidad, cuadro en el que no figuran los colombianos, quienes, literalmente, han sufrido desde los primeros minutos de la Copa.
La tarjeta roja a Carlos “La Roca” Sánchez a los tres minutos en el choque contra Japón abrió precisamente ese capítulo de dudas, certificado en la derrota de ese duelo de apertura. Después revivieron con una goleada ante Polonia, pero el vértigo y la presión regresaron en el pleito con los senegaleses, en el que se definía la clasificación a octavos de final. Y el choque fue tal cual, de definición, de altas tensiones y de muchas variantes estratégicas, aspecto este último en el que el técnico José Pekerman ganó la partida, pese a algunos obstáculos que surgieron en el camino. Su intención fue poblar el medio campo, controlar la pelota y detener las embestidas de Senegal, un equipo de seis marchas que, si te descuidas, te pasa por al lado como un ciclón.
Para evitarlo, volvió “La Roca”, mientras Mateus Uribe y Cuadrado se posicionaron muy cerca de él, dejando las faenas de creación a Juan Fernando Quintero, quien ha sido la verdadera revelación colombiana en el Mundial. Fino en el toque, luchador y con una pegada notable, el jugador de River Plate (adonde tal vez no regrese) fue lo mejor por el once cafetero en la primera mitad, cuando Senegal, sin proponérselo demasiado, metió el miedo en el cuerpo a los sudamericanos, para hacer valer aquello de la tensión, los nervios y la amarga sensación de verse al filo del abismo. El punto cumbre de este sufrimiento llegó antes del minuto 20, cuando Davinson Sánchez casi comete un penal a Sadio Mané. En carrera, casi desbordado como alguno de los duelos de la Premier en los que se midieron, Davinson tocó el balón con alguna parte misteriosa de su botín, casi de milagro, pero lo tocó, de eso no quedan dudas, aunque el contacto haya sido un soplo leve que lo libró del penal en contra.
Visto el caso, la cuestión se complicaba para Colombia. Tenía que marcar, tenía que ganar, y James se marchaba lesionado, pero en medio del calvario, mejoraron. Sin embargo, no transmitían una sensación de verdadero peligro, y eso tiende a conducir directo a la desesperación, ya ejemplos tenemos de sobra en este Mundial. Pero Yerry Mina dipersó los fantasmas, acabó con cualquier pensamiento negativo y puso pausa al pesimismo que avanzaba poco a poco en la mente de los parciales colombianos. El central del FC Barcelona, donde juega muy poco, se levantó por encima de todos, aunque en realidad ya estaba por encima de todos antes de despegar gracias a su enorme estatura. También enorme, eso sí, fue el cabezazo del defensor, quien picó la pelota como un maestro y vio como se colaba a velocidad de crucero rumbo a las redes de un Khadim N'Diaye vencido.
Después vino el baile de Mina y la culebra de todo un equipo que sonrió, porque en los restantes 20 minutos que faltaban a Senegal se le esfumaron las ideas y también las ganas, quizás por la decepción de verse eliminados debido a la suma de sus tarjetas y no la de sus goles. Colombia, en cambio, controló con sangre fría el trance, no perdió la calma, incluso, gestó algún ataque destacado que pudo terminar en la portería africana.